Gracias a la Internet, las plataformas digitales les han permitido a las personas transformar su vida, ya que, a través de estas infraestructuras digitales se logra acceder a un mundo lleno de información, educación y entretenimiento, procurando un equilibrio entre quienes crean el contenido y quienes lo consumen.
Música, cine, pintura, televisión, un sinfín de manifestaciones artísticas y culturales que permiten que las personas puedan estar conectadas en la red a través de diferentes canales como YouTube, Facebook, Instagram o TikTok. De acuerdo con un reciente estudio de Hootsuite, Colombia es uno de los países que más se destaca por el consumo de redes sociales pasando en promedio 3 horas y 46 minutos en estas plataformas; en YouTube, con más de 2.000 millones de usuarios en el mundo, 694 mil horas de video son emitidas cada minuto, según estadísticas de la red social.
Para Carlos Saraza, Decano de la Facultad de Derecho y vocero de la Especialización virtual en Derechos de Autor, Propiedad Industrial y Nuevas Tecnologías de Areandina, “antes de la llegada del Internet al país, los hábitos de consumo de entretenimiento y artes estaban ligados a los medios análogos, de tal forma que, para acceder a una canción de cualquier artista, había que comprar vinilos, casetes o discos compactos y esperar a que estos se distribuyeran en el país. Lo mismo sucedía con las películas o videos en formato Beta o VHS que debíamos esperar para alquilar o comprar y, en los mejores, casos, asistir al cine. Sin embargo, la tecnología y especialmente Internet ha masificado y acelerado la posibilidad de acceder a todo tipo de contenidos, con la mejor calidad y con la ventaja de ser consumidos desde cualquier lugar del mundo en dispositivos electrónicos como el celular, una tableta o un televisor”.
No obstante, como cualquier tecnología que se introduce al mercado, las plataformas digitales también trajeron consigo discusiones jurídicas y sociales. A finales del siglo XX e inicios del XXI, se dio una revolución industrial y audiovisual, que permitió la amplificación en el mercado a nuevas bandas musicales, géneros variados, películas y otras expresiones de arte que, gracias a la tecnología, sorprendieron a las audiencias quienes querían consumirlas masivamente.
“Uno de los principales problemas era que el acceso a estos contenidos resultaba limitado, pues no todas las personas contaban con recursos para comprar un disco de vinilo o un DVD porque, además, también debían adquirir los aparatos electrónicos para reproducirlos y sus precios no eran tan accesibles”, explica el decano Saraza.
Pero a ese problema se sumaban otros como, por ejemplo, el hecho de que cineastas y nuevas estrellas musicales, reclamaban por sus derechos de autoría, ya que no recibían beneficios por sus trabajos. “muchas bandas famosas, como Metallica, fueron ejemplos icónicos de reclamaciones por sus derechos de autor dado que, para esa época se empezaron a enfrentar a la “piratería” alentada por sitios como Napster. Por su parte, las productoras de Hollywood explicaban que la pérdida de dinero se debía a que las personas preferían comprar ediciones falsificadas, que versiones originales de sus películas”, recuerda el decano Saraza.
Para ese momento, se reaviva la tensión entre el derecho a la cultura de los ciudadanos y el derecho que tienen los creadores a recibir un reconocimiento social y económico por sus trabajos. “Los derechos de autor, como instrumento que permite establecer una regulación y un equilibrio entre ambos derechos, nacieron un siglo antes en el Convenio de Berna de 1886, la llegada de los avances tecnológicos no sólo resurge un viejo debate, sino que además requiere de nuevas soluciones”, explica Saraza.
Y es en este contexto que aparecen las plataformas de streaming; páginas web que ponían a su servicio un espacio en la nube para colgar contenidos, una respuesta a la alta demanda de artistas y personas en general para monetizar sus creaciones y de alguna manera, tener su autoría.
“Muchas de estas plataformas ofrecen a sus usuarios un registro y una cuota que es cobrada de manera automática mediante una tarjeta débito o crédito para acceder a diferentes tipos de contenidos literarios como e-books y podcasts, musicales como videos y canciones y, de entretenimiento como series y películas online”, apunta el decano Saraza.
Finalmente, Saraza señala que estas plataformas cumplen una función clave en dos sentidos y que, a futuro, las alianzas tecnológicas entre creadores y expertos en Inteligencia Artificial, serán importantes para mejorar dichas plataformas. “Por un lado, permite a las personas acceder con alta calidad audiovisual a un sinnúmero de películas, canciones, series y documentales y por el otro, registra la cantidad de veces que se consulta una obra, garantizando que el creador (cineasta, músico, etc.), pueda recibir la compensación monetaria o el reconocimiento social merecido”.
Fuente de redaccion Prensa El Conserje
Gracias a la Internet, las plataformas digitales les han permitido a las personas transformar su vida, ya que, a través de estas infraestructuras digitales se logra acceder a un mundo lleno de información, educación y entretenimiento, procurando un equilibrio entre quienes crean el contenido y quienes lo consumen.
Música, cine, pintura, televisión, un sinfín de manifestaciones artísticas y culturales que permiten que las personas puedan estar conectadas en la red a través de diferentes canales como YouTube, Facebook, Instagram o TikTok. De acuerdo con un reciente estudio de Hootsuite, Colombia es uno de los países que más se destaca por el consumo de redes sociales pasando en promedio 3 horas y 46 minutos en estas plataformas; en YouTube, con más de 2.000 millones de usuarios en el mundo, 694 mil horas de video son emitidas cada minuto, según estadísticas de la red social.
Para Carlos Saraza, Decano de la Facultad de Derecho y vocero de la Especialización virtual en Derechos de Autor, Propiedad Industrial y Nuevas Tecnologías de Areandina, “antes de la llegada del Internet al país, los hábitos de consumo de entretenimiento y artes estaban ligados a los medios análogos, de tal forma que, para acceder a una canción de cualquier artista, había que comprar vinilos, casetes o discos compactos y esperar a que estos se distribuyeran en el país. Lo mismo sucedía con las películas o videos en formato Beta o VHS que debíamos esperar para alquilar o comprar y, en los mejores, casos, asistir al cine. Sin embargo, la tecnología y especialmente Internet ha masificado y acelerado la posibilidad de acceder a todo tipo de contenidos, con la mejor calidad y con la ventaja de ser consumidos desde cualquier lugar del mundo en dispositivos electrónicos como el celular, una tableta o un televisor”.
No obstante, como cualquier tecnología que se introduce al mercado, las plataformas digitales también trajeron consigo discusiones jurídicas y sociales. A finales del siglo XX e inicios del XXI, se dio una revolución industrial y audiovisual, que permitió la amplificación en el mercado a nuevas bandas musicales, géneros variados, películas y otras expresiones de arte que, gracias a la tecnología, sorprendieron a las audiencias quienes querían consumirlas masivamente.
“Uno de los principales problemas era que el acceso a estos contenidos resultaba limitado, pues no todas las personas contaban con recursos para comprar un disco de vinilo o un DVD porque, además, también debían adquirir los aparatos electrónicos para reproducirlos y sus precios no eran tan accesibles”, explica el decano Saraza.
Pero a ese problema se sumaban otros como, por ejemplo, el hecho de que cineastas y nuevas estrellas musicales, reclamaban por sus derechos de autoría, ya que no recibían beneficios por sus trabajos. “muchas bandas famosas, como Metallica, fueron ejemplos icónicos de reclamaciones por sus derechos de autor dado que, para esa época se empezaron a enfrentar a la “piratería” alentada por sitios como Napster. Por su parte, las productoras de Hollywood explicaban que la pérdida de dinero se debía a que las personas preferían comprar ediciones falsificadas, que versiones originales de sus películas”, recuerda el decano Saraza.
Para ese momento, se reaviva la tensión entre el derecho a la cultura de los ciudadanos y el derecho que tienen los creadores a recibir un reconocimiento social y económico por sus trabajos. “Los derechos de autor, como instrumento que permite establecer una regulación y un equilibrio entre ambos derechos, nacieron un siglo antes en el Convenio de Berna de 1886, la llegada de los avances tecnológicos no sólo resurge un viejo debate, sino que además requiere de nuevas soluciones”, explica Saraza.
Y es en este contexto que aparecen las plataformas de streaming; páginas web que ponían a su servicio un espacio en la nube para colgar contenidos, una respuesta a la alta demanda de artistas y personas en general para monetizar sus creaciones y de alguna manera, tener su autoría.
“Muchas de estas plataformas ofrecen a sus usuarios un registro y una cuota que es cobrada de manera automática mediante una tarjeta débito o crédito para acceder a diferentes tipos de contenidos literarios como e-books y podcasts, musicales como videos y canciones y, de entretenimiento como series y películas online”, apunta el decano Saraza.
Finalmente, Saraza señala que estas plataformas cumplen una función clave en dos sentidos y que, a futuro, las alianzas tecnológicas entre creadores y expertos en Inteligencia Artificial, serán importantes para mejorar dichas plataformas. “Por un lado, permite a las personas acceder con alta calidad audiovisual a un sinnúmero de películas, canciones, series y documentales y por el otro, registra la cantidad de veces que se consulta una obra, garantizando que el creador (cineasta, músico, etc.), pueda recibir la compensación monetaria o el reconocimiento social merecido”.