Tras sufrir una pequeña debacle en los cinco últimos años, hoy esta disciplina toma una relevancia especial por la situación actual que se viven en el mundo. Regulaciones más flexibles y talento adecuado pueden hacer la diferencia en los avances científicos que se logren en esta materia.
Bogotá, abril de 2020. Como resultado de un esfuerzo interinstitucional para reactivar la investigación clínica en el país, esta disciplina fue incluida el año pasado en el Plan Nacional de Desarrollo para así impulsar el objetivo de convertir a Colombia en el hub regional de la industria.
La situación actual que vive el mundo en relación con la pandemia del COVID-19 pone en el ojo del huracán a las ciencias de la salud, especialmente a aquella que se concentra en descubrir, probar y comprobar la calidad, eficacia y seguridad de nuevos medicamentos, o los nuevos usos, formas y dosis de los ya existentes: la farmacología clínica. Y hoy, más que nunca, los esfuerzos de todos los países se redireccionan para robustecer su operación, y así responder a la emergencia global a la que nos enfrentamos.
Pero, ¿por qué es importante la investigación clínica para el desarrollo del país? Para empezar, los ciudadanos tendrían un mayor acceso a tratamientos de salud innovadores y a nuevos medicamentos que, según un estudio realizado por la Universidad de Columbia, contribuirían a mejorar la expectativa de vida. Por otro lado, este tipo de investigaciones atraería inversión extranjera, la cual impactaría positivamente la competitividad de Colombia en el ámbito global.
Y esto lo confirma un análisis hecho por la consultora Pugatch Consilium, la cual estima que el país podría generar 500 millones de dólares en inversión extranjera en el sector de la salud, si las condiciones para la realización de las investigaciones mejoran considerablemente. Para lograrlo, es necesario modificar ciertas medidas administrativas que ayuden a reducir los tiempos de aprobación de los estudios, así como procedimientos al interior de las compañías farmacéuticas, los centros de investigación e, incluso, el Ministerio de Comercio.
Pero el impacto positivo no solo se daría a nivel económico, sino científico e intelectual, pues pondría al país en la mira de grandes talentos que se están preparando en las mejores universidades del mundo y quienes verían en Colombia una oportunidad para emprender sus proyectos de investigación. De acuerdo con Afidro (Asociación de Laboratorios Farmacéuticos de Investigación y Desarrollo), Colombia tiene 121 centros de investigación clínica, certificados por el Invima, los cuales cumplen con altos estándares de calidad, al nivel de los mejores en el mundo.
Es, precisamente, la investigación el centro de los programas de postgrados de la Escuela de Ciencias Farmacológicas de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, una de las escuelas con mayor reputación en el mundo en esta materia. “Cerca del 80% de nuestros estudiantes de doctorado son internacionales y, tal vez, lo que más les atrae de nuestros programas son las diferentes experiencias y proyectos clínicos que ofrecemos, y la rotación que hacen en todo el país”, explica el profesor Carlo Marra, decano de la facultad.
Las ciencias farmacológicas, sin duda, van mucho más allá de la prescripción de medicamentos, pues sus alcances clínicos se extienden a otros servicios especializados que enriquecen las opciones terapéuticas de los pacientes. Como parte de los proyectos de grado de los programas de doctorado, por ejemplo, han nacido diferentes startups que ofrecen herramientas para el diagnóstico de enfermedades y el desarrollo de fármacos para el tratamiento de condiciones de salud en humanos y animales.
“Emprendimientos como Pacific Edge Limited, que diseña pruebas de diagnóstico para la detección del cáncer, y como SimPHARM, una solución de simulación de farmacología clínica que sirve de capacitación para los estudiantes, son algunas de las compañías exitosas creadas por nuestros estudiantes de PhD”, cuenta el Dr. Joel Tyndall, profesor catedrático de la misma facultad.
El enfoque clínico que tienen los programas de postgrados de la Escuela de Ciencias Farmacológicas y de la Facultad de Ciencias de la Salud, preparan a los estudiantes para tomar decisiones en ambientes competitivos a nivel global. “Como parte de un sistema de educación participativa, los estudiantes que se gradúan de las universidades de Nueva Zelanda se convierte en investigadores independientes, una habilidad que fácilmente pueden aplicar en sus países de origen”, afirma Amy Rutherford, Directora Regional para Américas y Europa de Education New Zealand.