DESBORDADOS

Ago 24, 2021 - by administrador

 

El constante problema de las inundaciones en las ciudades capitales
en el país nos obliga a recordar que no son un fenómeno natural
catastrófico o castigo divino, sino el producto de un complejo proceso
de construcción social del riesgo que, tarde o temprano, se manifiesta
en un desastre.
Es decir, el diseño urbano, su ubicación y dinámica de expansión en
zonas no aptas para el asentamiento humano en volumen, junto con
las condiciones de marginalidad, pobreza, ubicación geográfica,
infraestructura deficiente, falta de gobierno, educación y control social,
y la escaza percepción del riesgo, entre otros, conforman
desequilibrios territoriales que desencadenan desastres y que
exacerban el riesgo de la población altamente vulnerable.
Al analizar la hidrología urbana, es importante considerar que, a
diferencia de un ambiente sin intervención humana, las cuentas del
agua en la ciudad deben contemplar, como entradas, la lluvia
(precipitación) y el volumen que ingresa por la red de acueducto; así
mismo, las salidas: la infiltración en el suelo, la evaporación, la
transpiración vegetal, las derivaciones asociadas con la red de
alcantarillado y el flujo superficial, siendo este último un problema en la
capital debido al dominio de la concepción hidráulica sobre la
hidrológica, buscando “controlar” el ciclo natural del agua con la
intervención masiva de obras de infraestructura. Pozos, zanjas,
canales, tuberías, farillones, muros de contención, lagos artificiales y
demás artificios tratan de regir algo ingobernable.
 
La forma superficial juega un papel fundamental en la inundación del
terreno, para casos de sabanas y valles, como Bogotá, Valledupar,
Montería, entre otras, los suelos quedan cubiertos de agua por falta de
pendientes que favorezcan la escorrentía; pero paradójicamente, las
zonas de ladera, en la cual están ubicadas muchas ciudades y
pueblos, conforma una fisiografía que favorece los derrumbes en
algunas localidades y los desbordamientos en otras cuando llega la
época de lluvias.
Problema que se agrava por la forma como está concebido el sistema
de alcantarillado, que en algunos casos es insuficiente para evacuar el
agua, y otras su diseño provoca que el agua fluya como un torrente,
provocando desastres a su paso. Adicionalmente, muchas de nuestras
ciudades han deteriorado o rellenado terrenos que realizaban un
control natural a las inundaciones y deslaves, bajo una lógica
totalmente contraria a la ortodoxia del drenaje urbano: la retención.
Hablo de los humedales y las madres viejas de los ríos, las rondas
hídricas y algunos ecosistemas estratégicos, que dominaban el paisaje
prístino, y que en la actualidad se han convertido en parches
inutilizados hidrológicamente en un ambiente urbanizado.
Al enredo del metabolismo hídrico (gestión del agua) se suma la
reducida infiltración por la escaza cobertura vegetal, la expansión
urbana en las planicies de inundación de los ríos y en zonas de ladera,
y la obsolescencia de una parte de la infraestructura hidráulica. La
causa prima del problema es sencilla: las ciudades en Colombia han
crecido y se expanden en áreas que no eran y no son aptas para el
asentamiento humano sostenible y definitivo.
Veamos dos ejemplos: Barranquilla se inunda por estar ubicada sobre
el delta de inundación del Río Grande de la Magdalena, cuyo caudal
medio aproximado es de 8000 m 3 /s ¡No hay infraestructura que rija el
flujo de tanta agua en tan corto tiempo!; y Bogotá, se anega por el
simple hecho de estar ubicada sobre una laguna, cuyos desastrosos
rellenos han hecho que barrios enteros sufran de inclinación de sus
 
viviendas y que el occidente establezca una gran barrera para luchar
contra las crecidas de su contaminado río.
Si continuamos administrando la ciudad capital, las ciudades, pueblos
y demás asentamientos humanos como sistemas inertes y aislados de
la naturaleza, seguiremos siendo unos damnificados por la rigurosidad
y certeza de la madre naturaleza, así como por los grandes ciclos
biogeoquímicos. Habrá que preguntarnos porqué a los gestores de
política pública, los administradores públicos, y a la ciudadanía en
general, nos cuesta tanto aplicar el sentido común en nuestra diaria
relación con la madre Tierra.
¿Por qué olvidamos que las leyes y los principios naturales son
infalibles? ¿Por qué creemos que una norma solucionará los
problemas ambientales o que las gigantescas obras de ingeniería
permitirán dominar la creación a nuestro antojo? Basta recordarle al
lector que el problema de las inundaciones en muchas ciudades en
Colombia lo sufren urbes como Buenos Aires cuando llegan las
famosas “sudestadas”, Miami durante las “mareas rey”, Lima en las
lluvias de diciembre, México D.F. cada vez que llueve copiosamente,
las ciudades de la Costa Este de los Estados Unidos durante la
temporada de huracanes; y para no ir más lejos, Cali, Valledupar,
Montería, Cartagena, entre otras tantas, cuando se presentan fuertes
precipitaciones.
El dragado y la fortificación de farillones en el cauce de los ríos
urbanos, la instalación de grandes motobombas para la evacuación
del agua, la elevación de algunos terrenos a expensas de otros y la
protección de áreas valorizadas o bienes de interés cultural y
arquitectónico no serán suficientes medidas para los planificadores
urbanos. Se requerirá repensar el modelo de crecimiento para no
urbanizar los desastres, prestando atención a propuestas
bioclimáticas, biomiméticas, de la ecología urbana o pensar en la
reubicación y decrecimiento de zonas de la capital y del conurbano.
 
Considero que necesitamos una respuesta urgente para no
desencadenar un colapso progresivo de nuestras ciudades ante los
actuales escenarios de variabilidad y cambio climático; ya que este
vital asunto no puede delegarse a las próximas generaciones, que
esperan un futuro de bajo riesgo.
Fuente de redaccion Cristian Julián Díaz